Ellas juegan a fútbol

Somos unos cuantos padres parapetados en el bar y conectados a nuestros portátiles, o a nuestras lecturas. Una imagen que rompe con lo esperado cuanto menos en un campo de fútbol. Puede que la razón sea que en la A.D. Son Sardina (Asociación futbolera de un barrio de Palma) hay muchas chicas que entrenan y las que acompañamos no somos unas forofas o entusiastas del juego. O que antes solo iban al bar del campo de fútbol los forofos y no los padres de las criaturas. También podría ser que los padres hayamos evolucionado y ya no estemos tan pendientes de ir dando órdenes futbolísticas a nuestros retoños que se afanan en cumplir las del entrenador en el campo de juego, que es el que sabe... Ésto irá cambiando con el paso de los días y el fútbol irá conquistando nuestros corazones hasta el punto de que nos haga gritar consignas en la gradería durante los partidos e incluso entrenos, o de disputar un partido de padres contra hijas a las tres de la tarde a pleno sol después de haber ingerido cantidades ingentes de perritos calientes y “cocas de trempó*” para celebrar el fin de la temporada.



El fútbol es así.

También han ido cambiando las chicas desde los primeros días. Entraron como personas diferenciadas y reconocibles, también de forma tímida, pero una vez juntas y después de meses entrenando tres veces por semana y jugando una vez a la semana, es como si se “simbiotizaran”. Van adoptando los gestos unas de otras y el uniforme acaba de cerrar el círculo de la confusión. Suerte de los nombres en las camisetas sino sería complicado distinguirlas: mismo tamaño de altura, cabello largo en coleta y una pose pasota. Son las chicas que juegan al fútbol, que después de cuarenta años desde que las mujeres se iniciaran en el deporte de masas, se siguen reconociendo valquirias ante el reto de estar en un ámbito tradicionalmente masculino. 



Durante los partidos, que juegan en la liga masculina ya que no hay suficientes equipos femeninos en categorías inferiores, además de que en esas edades no importa tanto dividir por sexos, muchas jugadoras todavía desconfían y pareciera que tuvieran miedo de entrar a los chicos y robar la pelota. O de decepcionar al público y entonces juegan a no arriesgar demasiado. En cambio hay otras jugadoras, conscientes de su potencial que regatean, saltan, hacen figuras bonitas con el balón en los pies, roban y salvan pelotas de forma obstinada y concentrada y se las ve la mar de satisfechas. Son “las buenas”; las que se lo creen, confían y acaban siendo bastión del equipo. Cuestión de confianza.


En los diferentes partidos que han ido disputando en la liga, escucho de entrenadores, de padres y de las propias jugadoras unas cuantas excusas para no creer, para no arriesgar, ni confiar. Entiendo que esa actitud podría responder al miedo subyacente e inconsciente de romper el “status quo” de que ellos son más fuertes, que llevan más tiempo jugando -desde los cuatro años la mayoría-,  que son equipo desde siempre y de ahí las estrategias y jugadas aprendidas al dedillo. 


En todas esas afirmaciones hay algo de verdad, pero ¿y si con sólo pensar de esa manera se hubieran privado de la posibilidad de ganar partidos, se hubieran privado siquiera de marcar goles? 

Seguirán los entrenos en el curso que viene y esperamos poder trasladarles a nuestra leonas que son capaces de ganar contra chicos y contra chicas. En el fútbol no hay nada determinado de antemano, cada partido puede ser una sorpresa. En esta liga que ha acabado han sido capaces de perder con dignidad y hasta con orgullo.


Las valquirias volverán al terreno de juego para hacer buen fútbol y también para ganar.