En un intervalo de cincuenta años podemos afirmar que hemos pasado de la época del “destape” a la del “despendole”. Desde la cinematografía a la televisión, pasando por las redes sociales más populares como Instagram, TikTok o Twitter encontramos jovencitas y jovencitos intentando ganar dinero y subsistir mostrando su intimidad para llevarse público a sus cuentas de OnlyFans. ¿Significa esto que somos una sociedad más libre y tolerante? ¿Estamos las mujeres más empoderadas sexualmente? ¿Acaso esta libertad sexual es otra artimaña del capitalismo para llevarnos al extremo de consumir y vender cuerpos?
El sexo vende
No parece que hayamos llegado hasta aquí porque sí. Los medios de comunicación, la moda y la publicidad han creado relatos y colaborado de forma muy activa en esto.
“Las imágenes que se muestran a menudo en la publicidad, por ejemplo, son generalmente aceptadas por el público y conforman el porno blando que sexualiza el consumo”, expresa Marianne Eriksson en un informe para el Parlamento Europeo en 2003. Y está comprobado, el sexo vende. “La sexualización es un enfoque instrumental de la persona mediante la percepción de la misma como objeto sexual al margen de su dignidad y sus aspectos personales” según otro informe del Parlamento Europeo que añade que “la sexualización supone también la imposición de una sexualidad adulta a las niñas y los niños, que no están ni emocional, ni psicológica, ni físicamente preparados para ello”.
El proceso de pornificación de la sociedad
“La revolución sexual, que tuvo lugar en la década de los setenta, partía del supuesto de que los códigos que regulaban la sexualidad humana constreñían a los individuos”, escribe Rosa Cobo en su ensayo Pornografía, el placer del poder (Penguin Random House, 2020). Más adelante explica que “las mujeres la reclamaron para sí para gozar de una sexualidad más placentera y gratificante”. Y añade que esa idea contracultural, con abundancia sexual, contenía un subtexto patriarcal que se asentaba sobre la disponibilidad de las mujeres para el uso sexual masculino. Por el camino se quedaron la exaltación de la intimidad sexual y del placer compartido a favor de la exaltación de la sexualidad desde el interés masculino. De todo eso ha hecho uso el capitalismo para lanzarnos al consumo de los cuerpos y capitalizar el beneficio.
Como sociedad globalizada, hemos ido asumiendo esa sexualización/ pornificación de la vida exenta de todo sentido crítico. Es la excepción el análisis elaborado por las feministas radicales a las que la sociedad en general, cuyo control ejerce una amplia mayoría masculina, no tiene en cuenta. Considerar la teoría feminista remueve los cimientos de los privilegios económicos y sociales de ostentación del poder del patriarcado.
De aquellos polvos, estos lodos
Una vez más, nos encontramos ante otra intromisión del capital en nuestras vidas privadas. En términos económicos estamos ante el fenómeno de “uberización” de nuestra intimidad y de nuestra sexualidad que viene marcado por un alto carácter pornográfico. Así como Uber o Airbnb han venido a realizar la competencia a los profesionales abriendo ámbitos de transporte privado o hostelería a los particulares no porfesionales, PornHub y OnlyFans vienen a ofrecer pornografía doméstica a tocar de un dedo acercando a muchas jóvenes y mujeres a la prostitución. Todo esto ha sido aderezado por la crisis pandémica del Covid-19 que ha aumentado la pobreza, y que en el caso de OnlyFans, ha generado que la plataforma se considere como una alternativa para generar ingresos que muchas mujeres y chicas han considerado.
“La pornografía es la prostitución 2.0, una forma de explotación sexual que produce víctimas a ambos lados de la pantalla” afirma Mabel Lozano en su libro PornoXplotación (Editorial Alrevés). Pornografía a la que acceden menores de edad siendo estos consumidores y también “creadores” de contenido. Aunque más bien tendríamos que decir “creadoras”, ya que a pesar de que no hay estadísticas disgregadas por sexo sobre los usuarios de dichas plataformas, extraemos que “la mayoría de quienes acceden y consumen pornografía son chicos, en tanto que las personas más explotadas, especialmente en infancia y adolescencia, son mayoritariamente chicas” (Ballester et al., 2019).
Empoderamiento de la mujer y trabajo sexual
Asistimos al “blanqueamiento” o banalización de la prostitución por parte de medios de comunicación públicos como es el caso de RTVE, que en sus informativos hablan de la prostitución somo “servicios sexuales”, como si estos fueran servicios de telefonía, de hostelería o de comida a domicilio.
Hemos escuchado a la actual ministra de igualdad, Irene Montero, afirmando que "me gustaría abolir la prostitución, sin embargo no creo que esta afirmación ni la acción política de este Ministerio deba pretender un debate histórico en el movimiento feminista [...] que nos divida y nos separe". El resultado de estas afirmaciones es el impulso de una ley de libertades sexuales descafeinada y pobre que quiere centrarse en la trata o explotación sexual sin abordar el problema que supone abocar, en su gran mayoría, a las mujeres pobres a ver la prostitución como una forma de trabajo como sería ser administrativa, barrendera o cajera de supermercado.
“El patriarcado capitalista actual intenta convencernos de que la prostitución debe abordarse como un derecho” afirma Amelia Tiganus en su manifesito La revuelta de las putas. Cita Tiganus a Sonia Sánchez, remarcando que “el trabajo sexual es la penetración de boca, vagina y ano”.
¿Quién iría a un trabajo en el que pueden meterte un palo en cualquiera de tus agujeros?
Estamos tratando pues, con un problema social de una magnitud semejante a la que tuvimos que enfrentar para conseguir abolir la esclavitud. El capitalismo y el neoliberalismo económico lo quieren suavizar sirviéndose de los discursos de la postmodernidad. Nombrando la prostitución como “trabajo sexual” se quiere ocultar que es sometimiento y esclavitud para las mujeres a los deseos sexuales masculinos, como una forma más de vida.